No estoy sola en mi cruzada de educar y reeducarnos en valores! Y me alegro...

domingo, 9 de mayo de 2010

Este domingo no me senti sola en esta cruzada emprendida hace pocos dias!y me alegro... Hay otros Argentinos preocupados y ocupados en cambiar esta realidad argenta que nos esta tratando de invadir!! pero NO!
Recomiendo leer estas notas a continuacion y seguir reflexionando! Podemos cambiar! Hacelo...



"Radiografia de un supermercado" por Teresa Batallanez para La nacion Revista;09/05/10

Traeme el teléfono", dice el chico a la empleada doméstica que trabaja en su casa. El padre no lo atiende porque está ocupado en la caja del supermercado: "Conseguime otro carro", ordena al guardia de seguridad que circula por allí cerca, y lo mira atónito mientras la madre grita desde la cola, no se sabe a quién, que le carguen las regaderas de oferta. Ningún "por favor", ningún "gracias"; el tono imperativo manda.

La cajera no dice "hola", ni mucho menos "buen día", ni "cómo le va". Equivoca un precio y con voz apenas audible pronuncia "Danieeeeel...". Daniel no viene; seguramente no escucha que lo llaman. Está entusiasmado con su nuevo celular y aprieta botones y habla solo, como si no hubiera gente alrededor, como si aquel no fuese su lugar de trabajo. Hay desgano, nada de entusiasmo.

En otra caja, la empleada atiende a toda velocidad, pero se le acaba el rollo de la máquina y escucha tantos suspiros de malhumor que se pone nerviosa y se le cae el rollo; tarda más, y aumentan las caras largas y los suspiros. Un señor le grita: "Nena, ¿tenés que ir a un curso para aprender cómo se pone un rollo?". Se siente impotente al no poder contestarle como quisiera y, mientras se muerde los dientes, otra señora insiste: "¿A ver mi amor si te apurás?" Ironías, impaciencia, tolerancia cero.

Una mujer joven tira sin querer toda la pila de algodones al piso, pero no los levanta; total, nadie la vio. A su lado, un hombre mayor deja su carro libre mientras se acerca a ver el precio de las servilletas de papel, pero cuando se da vuelta no hay más carro. El dicho clásico en versión renovada: "Ojos que no ven... responsabilidad que no tomo".

Un trío de chicos corre a toda velocidad hasta la góndola de los juguetes. Gritan, saltan, tocan, abren cajas y caen fichas al piso. Las dejan a un costado y salen corriendo "una carrera hasta la verdulería". La madre se ve muy relajada en la góndola contigua; está leyendo las indicaciones para hacerse un baño de crema cuando un ruido fuerte la vuelve a la realidad: se vinieron abajo todas las sandías y melones que adornaban la mesa de frutas. Ve a sus chicos sonriendo y gritando al lado de los tomates y les hace una sonrisa dulce mientras se complace pensando: "Ay, son terribles...". ¿Laissez faire?

Es el supermercado de la desidia, de la ventajita, de la desconsideración. Un lugar donde reinan la prepotencia, la arbitrariedad, la impaciencia, la intolerancia. Un supermercado con gente que atropella y que da órdenes hasta a los desconocidos con quienes no tiene relación. O gente que acepta con ligera resignación y silencio que unos se cuelen en la fila, que le cobren diferente de lo que anunciaba la oferta o que cualquiera aproveche el estacionamiento para discapacitados. Están los que gritan y están los que callan. Escasea la moderación. Es un supermercado con infinitas sucursales. Un lugar para nada y para nadie desconocido.

Pero tenemos una gran oportunidad de reconversión supermercadista. Y no necesitamos políticos ni votos. Ni gritos ni prepotencia. Sólo la fuerza de nuestra ambición. Tenemos el poder de cambiar la atmósfera cotidiana de las compras. De cambiar el atropello por los buenos modales, las ironías por el humor que no ofende, la intolerancia por la paciencia, el "no te metás" por una actitud comprometida. Podemos contagiar "buena onda" con infinitos gestos de amabilidad, de consideración, de respeto. El ímpetu que brota del deseo profundo de construir (y no sólo del ánimo de oponerse a las cosas) puede salir a la luz cargado de resplandor. Y, aunque sea una luciérnaga solitaria, brillará.



Valores a flor de Piel; Por Sergio Sinay en La nacion revista (09/05/10)


Debería ser obvio: un valor es algo que vale. Y valores morales son los atributos que priorizamos en la construcción de una vida con sentido y en el vínculo con nuestros semejantes. Los valores que, desde esta perspectiva, enumeremos (respeto, aceptación, cooperación, empatía, solidaridad, honestidad, humildad, piedad, compasión, comprensión, responsabilidad y demás) sólo pueden concebirse y ejercitarse si existe un otro. Imagínese cada quien como único habitante de un mundo desierto sin más seres humanos y la puesta en práctica de los valores enunciados, o su simple formulación, resultaría imposible, carente de propósito y sentido. Por eso, como perciben nuestros amigos Alicia y Facundo, al igual que tantas otras personas, cuando la presencia de aquellos valores se hace escasa y relativa, el escenario de la sociedad que habitamos se torna sombrío, áspero, descorazonador. La presencia activa de valores mejora ese escenario, lo hace habitable y fecundo. La ausencia lo vuelve tóxico. Esto se extiende a las relaciones entre las personas. Si cada uno es receptor de la puesta en práctica que el otro hace de los valores compartidos, los vínculos se enriquecen y, en ellos, los individuos trascienden.

Para que un valor valga (la redundancia me resulta inevitable) quienes vamos a vivir con él tenemos que haber acordado que así será. Nada vale per se, sino por el contenido que le damos, por la simbología de la cual lo alimentamos, por la función que cumplirá entre nosotros. Cuando los valores morales de los que hablamos escasean, se deterioran o pierden presencia, es porque alguien ha dejado de sostenerlos, de alimentarlos, de honrarlos. Alguien o muchos deshonraron un acuerdo de convivencia, decidieron que no somos partes de un todo, sino que cada parte es un todo autónomo y que no necesita de los demás. A lo sumo los usa, pero ya no comparte con ellos un propósito. Esas partes sueltas rompen el tejido común y eligen valores propios, a los que ponen por encima de los otros o contra los mismos. Conveniencia, interés, satisfacción inmediata, unilateralidad, poder, ensimismamiento, egocentrismo, utilidad, indiferencia, entre otros, se incluyen en la nueva escala. El semejante es ahora una sombra, cuando no un obstáculo.

Pero así como los valores morales, cuando rigen, permiten explorar las grandes preguntas existenciales y apuntan a responder a profundas apetencias espirituales, la preeminencia de los "nuevos valores" del individualismo disfuncional clausuran esas búsquedas e instalan un vacío existencial creciente y angustiante en quienes los profesan. Estos no sólo intoxican atmósferas colectivas, sino que suelen vivir, aunque inviertan en disimularlo, vidas teñidas por la insatisfacción, por la soledad del alma (acaso la peor de todas), por la banalidad, por la sinrazón. Sus adquisiciones y sus vínculos son efímeros o precarios, su emocionalidad se empobrece. ¿Cómo se reinstalan los valores en merma? ¿Cómo se sostienen? No hay misterios en esto. El único modo de hacerlo es viviéndolos, haciendo de ellos una suerte de segunda piel, algo que no nos quitamos ni cuando estamos solos ni cuando dormimos. Lo demás son discursos, deseos, proclamas, declamaciones. Los valores se viven: sólo así existen. Así se instalan, así se aseguran, así se transmiten. Y se empieza por el punto más cercano: uno mismo.

0 comentarios: